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Es una historia de mentiras... misterios y tabúes.

¿Qué Harías si un día te enteras que toda tu vida es una farsa... y que tus verdaderos orígenes no son tan humanos como pensabas?...


Frase de la semana

"La belleza puede ser motivo de desaliento, de profunda desolación, y así me sentí en su presencia"

Los ojos del Vampiro.

viernes, 21 de agosto de 2009

Bienvenida II


Cerré la puerta. Todo fue tan rápido, y fuera de lugar que no asimilaba lo sucedido minutos antes. Dejé todo tal y como estaba, no podía moverme más. El astro rey ya se encontraba bien en lo alto, seguramente sería casi mediodía. El cansancio comenzó a apoderarse de mi cuerpo. Fui hasta el diván me recosté en él, deje mi mirada perdida en el paisaje. Seguía pensando en la visita de Nehuén mientras el sol calentaba mi ropa. Trataba de armar una idea aceptable de que hacia tan lejos de su casa, su comportamiento misterioso, pero lo más importante, era entender la reacción que tuvo cuando le dije que mis abuelos eran los dueños del lugar. El sueño me invadió.
Cuando volví a la realidad el calor que se había apoderado de mi consciencia ya no estaba. Las primeras estrellas asomaban a lo lejos, la luna se empezaba a vislumbrar. Era de no creer. Perdí todo el día durmiendo, giré la cabeza hacia el interior de la casa y ver los bolsos en el comedor resultaba muy frustrante.
Junte fuerzas y me levanté. Caminé en busca de las maletas, me las puse al hombro y subí la escalera rumbo al dormitorio.
Las deje a un costado del ropero, pero antes saque de mi mochila de mano el diario de mi abuela y lo coloque en la mesa de luz que se ubicaba a la derecha de la cama. También acomode el portarretratos con reloj que me había regalado Elba para mi último cumpleaños. Del bolso más grande saqué un poco de ropa y la puse en una cajonera. Mire el reloj eran las seis de la tarde, aun no anochecía pero el sol ya comenzaba a ocultarse entre las montañas, las estrellas momento a momento se dibujaban con mas claridad en la inmensidad del cielo. Antes de que terminara el día tenía que llamar a mamá. De no hacerlo correría el riesgo que llame a la guardia nacional para llevarme de vuelta a casa. Era un riesgo que estaba decidida a no correr.
Salí del dormitorio fui hasta el baño a refrescarme la cara. Era un zombi, las ojeras llegaban al piso. A pesar de mi aspecto deplorable, lo cual era entendible, para cualquier persona que hubiera estado un día y medio de viaje, tenia que bajar al pueblo. Mi próxima misión era llamar a Elba y tratar de hacerle entender que estaba todo bien y que mi vida no corría peligro, que en el avión no contraje gripe, y que no consumí ninguna bebida que me hubieran dado abierta. Con una madre como ella una nunca estaba realmente preparada para dar una respuesta normal. Con Elba siempre lo irracional y extremo era a lo que había que atenerse.
Sin el peso de los bolsos el camino al pueblo se me hizo corto, aunque también ayudaba que sea barranca abajo, la gravedad hacia el trabajo duro del descenso.
A la luz del ocaso se apreciaba de otra forma el lugar. Todo era acogedor, los negocios eran una casita al lado de la otra. Las calles estaban iluminadas por farolas de luz ámbar. Por las ventanas de algunas casas se veía a la gente merendando, reunida en familia. A medida que avanzaba más feliz me sentía de estar en ese lugar tan maravilloso. Con un aire tan puro que mis pulmones no daban abasto para poder aspirarlo. Todo olía a tierra mojada. Allí no existía el sonido de los autos con el ronroneo ensordecedor de los motores, y menos bocinas y gritos. Era perfecto.
Cuando llegue a la proveeduría mire al vendedor y salude muy cortésmente.
- Buenas tardes, ¿Podría usar el teléfono? – pregunte amablemente.
- ¡Tú eres la forastera!, bienvenida a Aguada del Zorro- Exclamó sonriente, lo mire con cara de desinterés. – Perdón por la euforia, no solemos tener nuevos habitantes en el pueblo, cada llegada es una fiesta. Debes estar agotada por el viaje, utiliza el teléfono, funciona con monedas.-
Al escuchar sus palabras abrí tanto mis ojos que arquee las cejas. Le miré intrigada de cómo sabia tanto si aun no había hablado con nadie. Pero en ese momento recordé a Nehuén, seguramente él habría contado de mí. Al parecer se cumplía el conocido proverbio “pueblo chico, infierno grande”. El señor de la tienda continuaba mirándome, de manera que lo ignore y fui hasta el teléfono.
Inserté unas monedas que había cambiado en el aeropuerto y marqué el número de casa.
No alcanzo a sonar por segunda vez que escuché la voz de Elba al otro lado.
- Dana, cariño ¿Eres tú?- dijo mamá, se la escuchaba muy preocupada, llegando al limite de la desesperación.
-Si mamá, tranquila estoy bien.- dije con la voz lo mas relajada que podía simular. Lo único que tenía que hacer era tratar de hacerla entrar en razón, si yo no hablaba convencida no podría convencerla a ella.
-¿Estas bien, te pasó algo, porque decidiste irte como si nada? ¿Acaso hice algo mal?
Vamos mi vida volvé a casa, estas cometiendo una locura.- suplicó preocupada.
- Mamá tranquila. Vamos por partes, demasiadas preguntas juntas. Si, estoy bien, encontré la casa de los abuelos, bueno en realidad encontré tu casa, vos también viviste aquí mucho tiempo. Necesito quedarme, hay muchas preguntas en mi vida que no tienen respuesta y se que en casa no las voy a conseguir. Y antes que me interrumpas te aviso que no voy a volver, no por ahora.- el final de la frase la hice con tono rotundo y determinante, debía dejarla tranquila para poder empezar mi búsqueda sin culpa.
-De acuerdo – dijo sin decir ninguna contradicción. – Creo que es ridículo de mi parte amenazarte por teléfono para que vuelvas. De manera que puedes quedarte. Pero debes llamarme diariamente. ¿De acuerdo?- Su voz dejó de ser preocupada y sonó distante.
-No creo que tan a menudo pero prometo llamarte- Estaba totalmente bloqueada, Elba había aceptado que me quedara a miles de kilómetros sola, sin hacer ningún cuestionamiento. Eso era muy sorprendente. O tal vez no, ella quería que yo me enterara de algo o solo consideraba que pronto me daría por vencida y volvería a casa. Sea lo que sea que ella piense yo me mantendría firme por mi decisión.
-Mamá, ¿Estas bien?, no vas a cuestionarme nada, no preguntaras si contraje gripe en el avión o alguna enfermedad que solo se da un caso en un millón. – Necesitaba saber un poco más de lo que ella pensaba en ese momento.
-No Dana, no preguntaré nada. Has decidido irte sin contármelo, me he tenido que enterar de tu decisión por medio de una nota. Como crees que me siento al saber que mi hija no tuvo la suficiente confianza con su madre. No quiero seguir pensando, no por ahora, has lo que tengas que hacer y vuelve a casa. ¿Esta bien?- Su tono de voz era decepcionado, Elba había atacado por mi lado mas frágil, la culpa. Y estaba funcionando, levante la vista y vi que el vendedor aun tenía la vista clavada en mi, estaba intentando escuchar lo que hablaba.
Junte valor y trate de no caer en el profundo sentimiento de la culpa y el remordimiento porque eso arruinaría mis planes.
-Gracias mamá, te amo, te llamare en unos días. Bye.- Era lo único que se me ocurrió decir para cortar el ambiente de la conversación.
-Adiós Dana no te olvides de llamar –
Ambas cortamos el teléfono a la vez. Me dirigí nuevamente al mostrador. Saludé al vendedor y salí de la tienda.
Fuera estaba oscuro, el sol bajó rápidamente. Las calles estaban iluminadas por los faroles, y las pocas personas que antes vagaban en la calle ya no se encontraban ahí. La noche estaba fría y no tenía ningún abrigo. Vestía solo una camiseta verde musgo, mis jeans de viaje y unas zapatillas que usaba diariamente.
Comencé a caminar por el sendero que iba directo a casa. En mi cabeza no dejaba de dar vueltas la conversación con Elba. Por un lado me quité un peso de encima al saber que ella conocía mi paradero, y también convivía en mí la dualidad de haberle hecho eso a Elba, ella tenia razón no se lo merecía pero sabía que si me quedaba en Seattle nunca me dirían la verdad sobre mi pasado.
El camino de la montaña se hizo largo, más del que imaginé. La noche era cerrada, la luna se había escondido entre unos nubarrones, seguramente llovería, pero no podía pronosticarlo bien, no conocía el comportamiento del clima en Aguada. Solo se oía el ruido de los grillos y del viento. Todo lo que antes era de ensueño ahora me resultaba tétrico. Continúe caminando para llegar a casa. El bosque me asustaba lo suficiente.
-Si tan solo tuviera una linterna, o mi teléfono móvil para hacer un poco de luz.- Pensaba en voz alta, y de pronto escuche un ruido de hojas crujiendo. El corazón comenzó a palpitar tan deprisa que se me salía del pecho. Junte coraje y grité la típica pregunta tonta. - ¿Quién anda ahí?, salga.- Mire a mi alrededor y levante una rama bastante gruesa, en caso de tener que defenderme la usaría. Nadie respondió.
-¡Vamos! Muéstrese, no le tengo miedo, no se esconda.- Decía con el mayor coraje que lograba juntar. Nadie se manifestaba pero el sonido de las hojas secas quebrajarse aun lo oía. Tal vez estaba un poco sugestionada, seguramente algún animalito salvaje andaría rondando y yo estaba interrumpiendo su cacería. Deseaba que ese animalito salvaje sea una liebre o alguna oveja perdida, algo inofensivo. Aceleré el paso, puse todos mis sentidos en alerta. El sonido se había detenido. Eso me tranquilizó, ya que hacía cierta mi hipótesis de un animal sea el productor del sonido.
La casa aun no se encontraba cerca, aunque no lo discernía con exactitud. Calcular el tiempo no era mi fuerte y en ese momento menos. Volví a escuchar el sonido que me había asustado mas cerca de mí, era como si me estuvieran siguiendo. Empecé a correr por el bosque con el palo en la mano y sin importarme nada. El miedo ya no era controlable.
Corría tan rápido como me lo permitían los pies, además de todo, tenía que mirar bien de no tropezarme con las raíces de los árboles.
El sonido prácticamente me pisaba los talones, me di vuelta para mirar atrás mientras seguía corriendo, y de golpe algo me agarró, y me sostuvo. El corazón se me detuvo y grite sin poderme contener.

lunes, 17 de agosto de 2009

Bienvenida

Todo lo que una vez busqué estaba frente a mí, sabía que dentro encontraría las respuestas a muchos interrogantes que nunca quisieron responderme.
El sol comenzaba a alzarse y con eso disipaba la neblina de la mañana, el calor se hacía presente poco a poco.
Puse mi mano sobre la perilla para abrir, aun fue una idea tonta, porque quien hubiera dejado una casa sin llave, y más durante quien vaya a saber cuantos años, pero con probar no cambiaría nada. Gire el picaporte y click, se abrió, estaba asombrada. Mi mente no entendía como podía ser cierto que tan fácilmente podía entrar.
Abrí la puerta y entre.
Estaba totalmente convencida que la casa no estuvo abandonada durante diecisiete años. Ningún lugar se mantenía en pie luego de casi dos décadas de abandono. Mis ojos mostraban que en realidad nunca estuvo olvidada. En este caso todo lucía impecable, como si regularmente alguien viniera a limpiar y quitara la polvareda del lugar.
Era muy acogedor el interior de la vivienda, todo era totalmente rustico y se notaba que las cosas estaban hechas con materiales del lugar. Dejé caer mi bolso al suelo sin importarme nada, y continué observando, la puerta quedó abierta y no me importó en lo mas mínimo. Comencé a caminar por el interior de la casa mirando con los ojos muy abiertos. Había unas grandes ventanas que ocupaban prácticamente toda la pared, y de allí se extendía un paisaje inexplicable. El camino a la cabaña me había llevado hacía lo alto de una meseta, por eso el paisaje era tan panorámico, desde la ventana podía observar un valle dibujado con diferentes tonalidades de verdes y marrones, árboles caídos, un par de ovejas pastando, el degrade de colores era maravilloso, el cielo ya se teñía de celeste, y el sol se mostraba en su esplendor.
En el centro del comedor se extendía una mesa circular que estaba formada por un montón de rodajas de árboles unidas, las sillas estaban en compose, eran también troncos cortados cumpliendo la función de banquetas.
Detrás de la puerta se levantaba una escalera que habilitaba el paso a un entre piso donde se encontraba la habitación, mirando hacía arriba se veía el respaldo de una cama.
A la derecha de la entrada se ubicaba una puerta que conducía al baño, y a su lado bajando un desnivel se hallaba la cocina. Toda la casa parecía de cuento de hadas. No se cuanto tiempo observe todo muy concentrada, desde que salí de casa cada vez me perdía más en el tiempo. Cuando terminé de recorrer con la mirada todo el lugar volteé a agarrar mis cosas y el corazón se me paró de repente.
- ¿Quien es usted?, hace cuanto esta parado ahí - Dije asustada y sin impórtame el modo de hablar, me sobresalto ver la figura de un joven de mi edad apoyado sobre la arcada de la puerta de entrada mirándome.
- Sí, para mi también es un gusto, ¿Como te llamas?- Respondió cambiando de tema el muchacho y me tendió su mano para saludarme.
Su respuesta me desencajó totalmente, de manera que lo único que podía hacer era bajar la guardia y presentarme.
- Lo siento, perdón, es que me asustaste, soy Dana Lowell – dije entre cortadamente y respondí al saludo.
-Un gusto, no quise asustarte, ¿Te puedo tutear verdad?-
-Si, bah, eso creo- lo mire con cara de no entender a que se refería con lo que me había preguntado.
- Tratarte de vos en lugar de usted, eso sería básicamente. - Su cara era como un gran signo de interrogación esperando respuesta.
- Ah! Si claro, no hay problema.- exclame relajada.- pasa no te quedes en la puerta, entra, acabo de llegar al pueblo, ¿Tu eres de por acá?- pregunte incrédula.
- Sí, podría decirse, estoy a unos treinta minutos de camino hacia las montañas, vivo allí con parte de la tribu.- Mientras decía esas palabras se dirigió a la ventana y se acomodó en el diván que se hallaba al costado de la ventana. Lo cual me pareció muy impertinente de su parte. Igual no se lo hice notar, tal vez sería costumbre del lugar comportarse de esa forma en casa ajena, o más a mi favor, él tal vez habituaba a la casa. Demasiada casualidad que alguien que vivía tan lejos en el momento de mi llegada pase por ahí. Puse mi mejor cara de amabilidad y continúe escuchándolo.
-Y a ti que es lo que te trae por el pueblo, por tu acento puedo notar que no eres argentina.-
- Así es, de hecho mi familia si es de acá, esta es la casa de mis abuelos. -
La cara del muchacho se transformó, sus delicados e impertinentes ojos verdes que observaban cada movimiento que hacía se abrieron muy sorprendidos, su respiración se entrecortó. Desvió la mirada hacia el ventanal.
-Mira vos, no la verdad que no conozco a nadie que haya vivido acá- Exclamó de forma desinteresada y sobradora. Se puso de pie.
- Si es que se fueron del lugar cuando yo aun no había nacido, es lógico que no los conozcas.- Mientras decía esto, se dirigió a la salida y yo seguía con la mirada cada uno de sus movimientos. Eran muy estilizados y lentos pero a la vez seguros.
- Perdón, pero debo regresar, me esperan. Fue un gusto conocerte Dana. Nos cruzamos cualquier día.- inclino su cabeza en forma de saludo y salió de la cabaña, me dirigí a la puerta.
- Para mi también fue un placer. - Dije mientras se alejaba – Disculpa – Grite y se volteó para mirarme - No me has dicho tu nombre –
-Nehuén, pero puedes decirme Frache – dijo mientras caminaba hacia atrás alejándose de la casa, se volteo y desapareció entre la maleza.