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Es una historia de mentiras... misterios y tabúes.

¿Qué Harías si un día te enteras que toda tu vida es una farsa... y que tus verdaderos orígenes no son tan humanos como pensabas?...


Frase de la semana

"La belleza puede ser motivo de desaliento, de profunda desolación, y así me sentí en su presencia"

Los ojos del Vampiro.

sábado, 20 de febrero de 2010

La Dama Palida: Parte VIII


La Dama Palida

Parte VIII

Alejandro Dumas



-Gregoriska -contestó una voz cuyo acento no podía engañarme.
-¿Qué queréis de mí? -le pregunté toda temblorosa.
-Si tienes fe en mí -dijo Gregoriska- si me crees hombre de honor, ¿me permites una pregunta?
-¿Cuál?
-Apaga la luz como si te hubierais acostado, y de aquí en media hora, ábreme esta puerta.
-Vuelve dentro de media hora... -fue mi única respuesta.

Apagué la luz y aguardé. El corazón me palpitaba con violencia, pues comprendía que se trataba de un hecho importante. Transcurrió la media hora: oí golpear más levemente aún que la primera vez. Durante el intervalo había descorrido los cerrojos; no me quedaba pues sino abrir la puerta. Gregoriska entró, y sin que me dijera, cerré la puerta tras él y eché los cerrojos. Él permaneció un instante mudo e inmóvil, imponiéndome silencio con el gesto. Luego, cuando estuvo seguro de que ningún peligro nos amenazaba por el momento, me llevó al centro de la vasta cámara, y sintiendo, por mi temblor, que no habría podido sostenerme de pie, me buscó una silla. Me senté o más bien me dejé caer sobre el asiento.
-¡Dios mío! -le dije- ¿qué hay de nuevo, o por qué tantas precauciones?

-Porque mi vida, que no contaría para nada, y acaso también la tuya, dependen de la conversación que tendremos.
Amedrentada, le aferré una mano. Se la llevó él a los labios, mirándome como si quisiera pedir excusas por tanta audacia. Bajé yo los ojos, era un tácito consentimiento.
-Yo te amo -me dijo con aquella voz melodiosa como un canto- ¿me amas tú?
-Sí -le respondí.
-¿Y consentirías en ser mi mujer?
-Sí.
Llevó la mano a la frente con profunda expresión de felicidad.
-Entonces, ¿no rehusarás seguirme?
-Te seguiré doquiera.
-Pues comprenderás bien que no podemos ser felices sino huyendo de estos lugares.
-¡Oh sí! Huyamos -exclamé.
-¡Silencio -dijo él estremeciéndose-. ¡Silencio!
-Tienes razón.
Y me le acerqué.

-Escucha lo que he hecho -continuó Gregoriska- escucha por qué he estado tanto tiempo sin confesarte que te amaba. Quería yo, cuando estuviera seguro de tu amor, que nadie pudiera oponerse a nuestra unión. Yo soy rico, querida Edvige, inmensamente rico, pero como lo son los señores moldavos: rico en tierras, en ganados, en servidores. Ahora bien, he vendido por un millón, tierras, rebaños y campesinos al monasterio de Hango. Me han dado trescientos mil francos en muchas piedras preciosas, cien mil francos en oro, el resto en letras de cambio sobre Viena. ¿Te bastará un millón?


Le apreté la mano.
-Me hubiera bastado tu amor, Gregoriska, júzgalo tú.
-¡Bien! Escucha; mañana voy al monasterio de Hango para tomar mis últimas disposiciones con el superior. Él me tiene listos caballos que nos esperarán de las nueve de la mañana en adelante ocultos a cien pasos de castillo. Después de la cena, subirá de nuevo como hoy a tu cámara; como hoy apagarás la luz; como hoy entraré yo en tu aposento. Pero mañana, en vez de salir solo tú me seguirás, saldremos por la puerta que da sobre los campos, encontraremos los caballos, montaremos, y pasado mañana por la mañana habremos recorrido treinta leguas.

-¡Oh! ¡Por qué no será ya pasado mañana!
-¡Querida Edvige!

Gregoriska me apretó sobre el corazón, y nuestros labios se encontraron. ¡Oh! Lo había dicho él, yo había abierto la puerta de mi cámara a un hombre de honor; pero comprendió bien que si no le pertenecía en cuerpo le pertenecía en alma. Transcurrió la noche sin que pudiera cerrar los ojos. Me veía huir con Gregoriska, me sentía transportada por él como ya lo había sido por Kostaki: sólo que aquella carrera terrible, espantable, fúnebre, se trocaba ahora en un apuro suave y delicioso, al que la velocidad del movimiento agregaba deleite, pues también el movimiento veloz tiene un deleite propio... Nació el día. Bajé. Me pareció que el ademán con que me saludó Kostaki era aún más tétrico que de costumbre. Su sonrisa era irónica y amenazadora. Smeranda no me pareció cambiada. Durante la colación, Gregoriska ordenó sus caballos. Parecía que Kostaki no pusiera ni la mínima atención en aquella orden. Hacia las once Gregoriska nos saludó, anunciando que estaría de regreso recién a la noche, y rogando a su madre que no lo esperase a cenar: después, se volvió hacia mí y me rogó quisiera admitir sus excusas.

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